
El sábado se casó uno de mis sobrinos. Mellizo del que a fines del año pasado estuvo a la muerte por una caída del caballo.
Fue realmente una fiesta. Una alegría honda ser testigo de que hoy se sigue apostando por la vida, por hacer feliz al otro, por permanecer, por -a pesar de nuestra debilidad- creer, poniendo la confianza en Dios, y caminar juntos.
El viernes que viene una Hermana Esclava, muy querida, celebra sus 50 años de vida religiosa. Esta vez la profunda alegría es, sobre todo de agradecimiento... de constatar, por experiencia propia, que es verdad todo lo apostado en el párrafo anterior. Y más aún -insisto: en medio de nuestra debilidad- que Dios se supera, en mucho, con su regalo de fecundidad, amor y vida.