Este caso hizo resurgir, en los medios de comunicación, el cuestionamiento al celibato sacerdotal, o a la castidad de los religiosos.
Como soy hermana, y tengo este blog, a alguno puede resultarle curioso mi silencio, por lo que quisiera poner unas líneas.
Parto de que este caso me parece sólo un disparador, ya que no sé cuánto tiene de operación política, ni creo que –si fuera cierto todo lo que se dice- el tener hijos con varias mujeres, de distintos lugares, en relaciones aparentemente contemporáneas algunas, pueda llevar a cuestionarse sobre si el sacerdote católico debería casarse. Son dos temas totalmente distintos, y los dos, muy complejos.
Por su complejidad, y también porque creo que las entradas largas no ayudan, quisiera poner sólo algunas notas que me parecen importantes.
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El celibato no es esencial al sacerdocio; tanto que al principio no se pedía –Pedro era casado-, y los católicos de rito oriental ordenan, hoy, presbíteros a hombres casados. En cambio,
sí es esencial el voto de castidad a la vida religiosa: Por nuestra consagración,
nos entregamos totalmente a Dios en forma exclusiva; y, por eso, renunciamos a otras entregas, indudablemente buenas y santas también como que creadas por Dios.
+ No pocos interpretan que la norma para los sacerdotes se debe a un menosprecio de la Iglesia por el sexo. Si bien ha existido en tiempos no muy lejanos esta apreciación entre los cristianos, no creo que hoy sea así, y nunca fue postura de la Iglesia como tal.
+ Por el modo de desempeñarse hoy en su ministerio, la vida del sacerdote católico requiere de una gran disponibilidad, dedicación exclusiva y prioridad casi absoluta; por lo que es evidente la dificultad que sería tener, además o al mismo tiempo, una familia que atender. Yo diría que es casi incompatible –para vivir bien las dos vocaciones- el ministerio sacerdotal y el estado de buen esposo y padre de familia. Una de las dos misiones quedaría desatendida por la otra.
+ La fidelidad a sus compromisos, libremente adquiridos, la debe, y puede (creo en la libertad y la capacidad de decisión permanente de los seres humanos) mantener, tanto un sacerdote, como un hombre casado que, por alguna circunstancia –lejanía, enfermedad o lo que fuere-, no pueda tener vida conyugal con su esposa.
Desgraciadamente sé que esto último, en las culturas occidentales actuales, es bastante difícil de sostener; y por eso no hay muchos que crean que no se puede robar nunca, la violencia es indeseable siempre, y los excesos o muchas cosas, inclusive buenas, pueden no ser buenas si se las aplica en el lugar o momento inadecuado.
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Por supuesto que, además de todas estas notas –que son sólo algunas, debido a la complejidad del tema-, habría -y en primer lugar- que tener en cuenta que el sacerdocio y la vida religiosa son, por esencia, realidades que los cristianos nombramos ‘sobrenaturales’; o sea están en un plano distinto que el de la naturaleza humana (el matrimonio cristiano también lo es) y requieren de la gracia (ayuda especial y gratuita) de Dios. Y seguro que, si nos da la vocación, él nos brindará la gracia para vivirla.