Me paró una señora en la rambla, a preguntarme por una hermana de nuestra comu-nidad. Me contó entonces un poco de su vida: Se le acaba de morir un hermano al que cuidó durante 10 años. Ella lo quería mucho, y está muy agradecida por haber podido cuidarlo todo este tiempo.
-Dios se lo llevó –me dijo-, se lo llevó porque era bueno. Porque Dios se lleva a los buenos…
¡Cuánta gente ve la muerte así! Dios se lo llevó.
Y en ese caso, yo no sé cómo quedan tan conformes… francamente, yo quedaría o furiosa o abatida; pero seguro que no conforme.
Al principio, el dolor y la muerte no existían. Entran a ser parte de nuestra historia cuando entra en ella el mal.
Dios no lo quería así… nuestro final de camino en la tierra lo tenía planeado de otro modo, quién sabe cuál.
Fuimos los hombres los que metimos la pata. Y El nos respetó.
Por eso, para salvarnos, no suprimió el dolor y la muerte; sino que la asumió, le dio sentido redentor y –eso sí- no permitió que la nuestra fuera la última palabra.
Por eso, gracias a Jesucristo, de la muerte –que sigue siendo muerte-, unida a la Suya, surge la Vida.