
Llegó a nuestra comunidad de Montevideo, no hace todavía tres meses, cuando a la superiora la nombraron provincial. Hasta diciembre, para darnos una mano, ya que quedábamos muy poquitas.
Ya no tan joven, por lo que -a esa edad- cuesta más cambiar de casa y, sobre todo, de país aunque estemos cerca: se aleja la familia, los amigos, y también las hermanas de la comunidad anterior. Ella dijo sí; es parte crucial en la vida religiosa el estar disponible para lo que te pidan, pero eso no impide que cueste. Ella dijo sí.
Hace unos días estuvimos en Buenos Aires para las elecciones. Poco después de volver, el domingo, se sintió mal. Hubo que internarla, era vesícula, e intentaron aliviarla para postergar la operación pero no se pudo.
La operaron el sábado. El postoperatorio parecía de cuidado pero cada día estaba un poquito mejor. Después de unos días en vilo, estábamos más tranquilas y nos habíamos ilusionado porque ya se avistaba su vuelta a casa.
El martes a la mañana, se descompuso de golpe. No hubo nada que hacer: se nos murió.
Era muy activa, sobre todo ‘muy gaucha’ –no sé si esta palabra la entenderán todos, pero en nuestras tierras se usa para definir a aquél que siempre está disponible y podés contar seguro con él-, por lo que estaba llena de amigos y gente que la quería mucho. Y también creo que, entre nosotras sus hermanas, era para todas muy entrañable.
¡Estará radiante en el cielo!... Aquí –y no sólo en esta comunidad sino en los dos países- nos deja un vacío grande. Pero sobre todo –al menos yo lo siento, personalmente, bien clarito- un testimonio de entrega y de disponibilidad a Dios, en sus hijos, siempre y hasta el final.
¡Gracias Élida!
Confiamos en que nos seguirás dando una buena mano –mucho más todavía- desde Allí.