martes, mayo 04, 2010

El regalo de cada día

Esta mañana tuve que salir temprano para hacer un trámite. Por eso le avisé al muchacho que trabaja en el comedor –un puntal: cocina, limpia, organiza, una especie de imprescindible- que tal vez llegaría tarde para ayudarlo.
Después de un rato largo de cola al aire libre, me atendieron muy bien pero debí volverme sin lograr lo que buscaba porque me faltaba un papel.
Cuando llegué a casa me avisaron que la voluntaria que viene los martes a cocinar –el único día que no lo hace Pablo, y aprovecha para preparar un reparto quincenal que hacemos de yerba, azúcar y jabón- está enferma.
Parecía que el día se iba poniendo más complicado.
Llegué al comedor y constaté que ya estaba, igual, todo embarcado: la comida y el reparto. Como digo arriba, nuestro cocinero es una maravilla.
Pero de todos modos, quedaba por delante la mañana, atender, poner y servir las mesas, lavar platos y demás, de las cincuenta y pico de personas que vienen. Gracias a Dios, justo hoy se estrenaba un muchacho que ayudaría a lavar, y era probable que apareciera –más tarde- una señora grande que suele venir los martes… pero, en realidad, por el momento éramos Pablo, una voluntaria –estaba otra más que viene a preparar las bandejitas de los postres, y deja todo listo para los varios turnos, pero se va antes de que comiencen los almuerzos- y yo.
Lo tomamos con naturalidad porque de algún modo nos íbamos a arreglar… siempre hay impredecibles y siempre surge algo.
En eso, cuando estábamos conversando mientras doblábamos servilletas de papel, sonó el timbre. Fui a abrir pensando que era un peregrino que venía a pedir algo, o quizás algún donante; y me encontré con una muchacha joven que me saluda y me pregunta:
- ¡Hola! Vengo para preguntar si no puedo ayudar en algo.
- ¿Estás dispuesta a quedarte ya a darnos una mano?
- Sí, por supuesto.
Antes de que empiecen a trabajar solemos pedirles a los voluntarios que vengan a una entrevista; pero hoy no era el momento. Por supuesto se quedó con nosotros toda la mañana.
¡Ah! Se llama Milagros.
De estos, pequeños ‘milagritos’ que nos cambian la vida, ¡tenemos a cada rato!

9 comentarios:

Jorge S. King dijo...

Que justo Milagro!
Que buen post!
Saludos Santiagueños

AleMamá dijo...

No sabes su nombre completo, Jo. Se llama Milagros de la Divina Providencia.
¡Lindo post!
Un beso

Unknown dijo...

¡¡ Qué bendición !!

maria jesus dijo...

Menos mal, me estaba empezando a agobiar.
Bonita entrada

Selín dijo...

Así es el Señor... ¡siempre sorprendiéndonos con milagritos y milagrotes!

Gracias, hermana Josefina.

Reciba mi abrazo desde El Salvador.

Juan Ignacio dijo...

Si no me equivoco yo había hecho un comentario aquí. Y si me equivoco que quede ahora uno nuevo. Estos relatos del comedor me traen nostalgia. Aunque nunca haya trabajado en un comedor, sí hice algunos voluntariados. A algunos me llevaron amigos, pero a los primeros me mandé sólo, sin conocer a nadie. ¿Dónde quedó ese fervor juvenil? Esa muchacha Milagros que entra y pregunta si hace falta ayuda... Ay, ¿dónde quedó ese fervor juvenil?

hna. josefina dijo...

Selín, ¡qué lindo recibirte cada tanto! No te olvidás de vernir.
Juan Ignacio, otro comentario tuyo en este post no apareció. Como no tengo moderador, no veo sino los que aparecen.
La muchacha que llegó es madre de tres niños, la mayor de 6 y la menor de uno y pico.
Saludos.

Juan Ignacio dijo...

Más valioso aún.
Igual, la nostalgia juvenil no me la quita nadie.

ALMA dijo...

Hermana, en la semana leí este post y como estaba e mi oficina, no pude comentar, pero me encantó por el hecho de haberse realizado un milagro, en la presencia de Milagros.

Besos