Me paró una señora en la rambla, a preguntarme por una hermana de nuestra comu-nidad. Me contó entonces un poco de su vida: Se le acaba de morir un hermano al que cuidó durante 10 años. Ella lo quería mucho, y está muy agradecida por haber podido cuidarlo todo este tiempo.
-Dios se lo llevó –me dijo-, se lo llevó porque era bueno. Porque Dios se lleva a los buenos…
¡Cuánta gente ve la muerte así! Dios se lo llevó.
Y en ese caso, yo no sé cómo quedan tan conformes… francamente, yo quedaría o furiosa o abatida; pero seguro que no conforme.
Al principio, el dolor y la muerte no existían. Entran a ser parte de nuestra historia cuando entra en ella el mal.
Dios no lo quería así… nuestro final de camino en la tierra lo tenía planeado de otro modo, quién sabe cuál.
Fuimos los hombres los que metimos la pata. Y El nos respetó.
Por eso, para salvarnos, no suprimió el dolor y la muerte; sino que la asumió, le dio sentido redentor y –eso sí- no permitió que la nuestra fuera la última palabra.
Por eso, gracias a Jesucristo, de la muerte –que sigue siendo muerte-, unida a la Suya, surge la Vida.
Madre Nuestra
Hace 12 años.
4 comentarios:
Te lo pedimos, Señor
El misterio de la muerte, no hay duda que nos seguirá sorprendiendo, y solo algunos logran descubrir todo su misterio. Bendiciones.
Y en el trasfondo de tu reflexión, Hermana Josefina, la libertad del hombre, para bien y para mal. Nos lamentamos con razón de nuestros humanos excesos en el pasado en nombre de la libertad, lo malo es que no hemos aprendido la lección para el futuro.
¡Qué tema, Jose! Puede ser que nuestra falta de fe siga desdibujando el triunfo.
Decir que Dios nos lleva, en términos humanos básicos, implica confirmar que Dios nos mata o permite nuestra muerte. Nada más lejano. Creemos en un Dios que vence la muerte; que a la que mata es a la muerte misma confirmando en Cristo que como bien expresabas, no está dicha la última palabra.
El consuelo que trae paz al corazón - me parece - no radica en que Dios es quién nos lleva, sino mejor, en que siempre, incondicionalmente, estará para recibirnos.
La tensión entre finito y eterno es lo que nos permite obrar como Dios manda: hacer lo de todos los días con olor a Cielo. Así se va saboreando la promesa.
Lindo para pensar.
Gracias !
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