Casi a diario, y va haciendo ya bastante tiempo, en los medios –incluso los periódicos católicos: Aciprensa, Zenit- leemos algo sobre los abusos sexuales de sacerdotes y religiosos.
¡Tema durísimo! Porque lo que es durísima es ¡la realidad!
Hace tiempo, también, que pienso que debería escribir algo sobre ello; pero de verdad no sé qué poner…
Pena honda, por todo lo sucedido. Y pena también por su negación u ocultamiento.
Deseo profundo de pedir perdón, como miembro de esta Iglesia pecadora.
Deseo también de que nos sirva de aprendizaje para, en adelante, ser sobre todo testimonios de humildad, de claridad, de transparencia. Necesitados de ayuda y de perdón.
Y, por otra parte, deseo también –y honestamente convencida- de que la gente sepa que, si bien todo esto desgraciadamente se dio, de ningún modo ha sido ni es algo corriente, sino todo lo contrario.
(Pero sucede que aunque fuera uno en un millón, es igual gravísimo).
Confieso que a mí, personalmente, me duele de un modo especial el suponer que no es difícil que la confianza, que en general se nos tiene a sacerdotes y religiosos, haya contribuido a que pudieran suceder estas cosas. Lo que lo hace más grave todavía.
Le agradezco a Benedicto XVI que esté encarando esto públicamente, con honestidad, tristeza y humildad.