miércoles, mayo 06, 2009

Hay una mirada...

“Acabo de embellecer a una mujer. Hace meses, incluso años, que no lo hacía. Con una mirada atenta, disfrutaba antes despertando belleza en rostros que incluso parecían feos. ¿Por qué he dejado, o casi, de llamar con mis ojos a la luz que, desde lo profundo de los seres, puede transfigurarles? Sin duda, porque me he dejado ahogar por preocupaciones y miedos que me han abrumado.
Casi había olvidado ese don precario de zahorí de la belleza, cuando entre en un café de la calle Saint Dominique. En la barra, unos cuantos clientes ruidosos. La camarera, del otro lado, doblada sobre la pila, estaba fregando vasos. Rostro sin expresión. Cuando lo enderezó ví sus rasgos desprovistos de finura, los ojos hundidos, los cabellos descuidados. Me senté en una mesa y empecé a sacar unos papeles para trabajar. Dejó el mostrador secándose las manos y vino hacia mí. Fue entonces cuando sentí ganas de embellecerla. Como lo hacía antes.
Me esforcé inmediatamente por desentenderme de todo, por ser sólo respeto y atención delicada, por hacer como si en el mundo sólo estuviese ella, y la miré. Sin insistencia, simplemente. También ella me miraba, enredando distraídamente el trapo.
- ¿Qué desea, señor?
- Un café, por favor.
Había empezado ya el milagro. Indescriptible. Y su cara comenzaba a cambiar, se le animaban los ojos. Se dirigió tras la barra, para maniobrar la cafetera. Cuando se volvió hacia la sala buscando la taza, con la punta de los dedos se retiró el pelo. Yo la miraba. Ella no sabía que se estaba haciendo hermosa. Trajo el café. Era una joven, una mujer joven, sencillamente, con la fatiga diaria como visible herencia grabada en su rostro. Dejó la taza. Al darme las gracias, después de recoger las monedas, me miró.
Yo estaba esperando discretamente. Procuraba -¿es posible del todo?- mirar sin poseer. Fue en aquel instante cuando estuvo muy hermosa. Detrás de la barra, durante unos minutos, conservó aquel brillo modesto. Después me di cuenta que decrecía un poco. Cuando salí, dijo: ‘Hasta la vista, señor’, sin particular atención. Ella no sabía nada.
Salí contento. Tenía ganas de decir a los transeúntes de rostro cerrado: ‘Deteneos un instante, ¿queréis que os embellezca?’
Cómo he podido olvidar que antes disfrutaba haciendo que los rostros cantaran? Siento que se trata de mi vida más honda, la que corre peligro de endurecerse y morir, la que sólo existe dándose. ¿Será posible dar hermosura, como el alfarero o el escultor, con una mirada sobre la arcilla de la humanidad?”

-------------
Este texto, de Gerard Bessière, me impresionó mucho.
Me pareció sumamente creíble y muy interesante.

7 comentarios:

Andreita dijo...

Interesante Hermana Josefina, y sí, se puede, embellecer y ser embellecidos, aunque lastimosamente olvidamos que un detalle puede cambiar muchas cosas, es como el poder de una sonrisa, me gustó lo de "mirar sin poseer".

Fernando dijo...

Querida hermana:

Me ha hecho gracia leer esta narración en su blog; creo que se sale de su estilo habitual, y eso está muy bien.

Comprendo que el texto la impresionara, porque es muy bueno. Me ha parecido curioso, muy curioso, que presentara el embellecimiento como una acción suya, como serían hablar u observar a la chica; como algo voluntario, en suma. Lo digo porque muchas veces, sin quererlo nosotros, de repente nos deslumbra la belleza de un rostro feo, de alguien cansado o viejo o fracasado, pero con mucha más densidad que la niña tonta y guapa que va al lado. Me resulta muy curioso que el autor -al que no conozco- lo presente esto no como algo pasivo, algo que sentimos, sino como una acción voluntaria, que él ha desatendido durante mucho tiempo.

Muy buen texto, de verdad; gracias por traerlo, hermana.

Fran dijo...

A mí también me ha gustado. Claro que podemos embellecer a los que encontramos y de paso a nosotros mismos. Porque la belleza que sale de dentro, que es la auténtica, podemos hacerla asomar cuando tratamos a los demás como nos gustaría ser tratados.

Hna Josefina, venga a ver la belleza de los cuadros y palabras de una religiosa española de la que hablo. A ver si la conoce.

Natalio Ruiz dijo...

Hay un asunto complejo y profundo, y es que todo radica en la unidad substancial de cuerpo y alma.

El alma y su estado se "traslucen" en el rostro y en el cuerpo de la persona.

Pequeños gestos de respeto, atención, admiración, cariño o ternura (que muchas veces requieren sólo de una mirada) pueden resultar caricias para almas con problemas que inmediatamente se dejan traslucir en el cuerpo.

Por ello creo que es poniendo curitas en almas heridas como embellecemos el mundo.

Respetos.

Natalio

Analía dijo...

Me encantó el texto Josefina!

Y es verdad que en los gestos sencillos y escondidos de ternura, de atención delicada, de simple hacer notar al otro que es valioso de las maneras más simples; puede hacer que ese otro se sienta bello, luminoso, menos sombrío, menos triste.
Me gustó mucho de verdad, si iba leyendo e imaginando la escena. Y recuperando también las ganas de "MIRAR" en lo profundo, sin poseer, con ternura.

Un abrazo!

Kike dijo...

Muy hermoso el texto, sí, y muy humano. Pero hay que tener cuidado con ir recomendándolo como ejercicio, pues es un pelín peligroso. Digo, no que sea cucufato uno o escrupuloso o pervertido, pero después de haber visto tantos matrimonios arruinados por una infidelidad que comenzó como un coqueteo inocente, o a tantas chicas sufrir porque algún tipo semiinocentemente (¿con afán de satisfacer el ego?, ¿de mantenerse vigente?) las terminó ilusionando con un par de miradas mal dadas. Digo, no para aguar la fiesta, pero con el temita este de la prudencia y con tanto carente de afecto suelto allá fuera (y por aquí dentro también a veces...).

maria jesus dijo...

Muy bonito el texto y para pensarlo. Es el efecto espejo, segun como tratemos y lo que pensemos de los demas , así se manifestaran ellos.

Un abrazo Josefina