Ayer, a las 6 de la mañana, tuve que abrirle la puerta de calle a una hermana que viene a acompañar algunas noches a nuestras enfermas. Al abrir la reja que nos separa de la vereda nos encontramos con que habían roto bolsas de residuos y la basura estaba desparramada por el piso a lo largo de varios metros.
La hermana tuvo que salir con mucho cuidado; y yo, bastante impresionada por lo que sentí como una verdadera agresión ya que parecía hecho a propósito, puse de nuevo el candado y entré a la casa pensando cómo iba a limpiar todo eso. En ese momento confieso que más bien escapé del lugar dejando para más adelante la solución.
Casi sin darme cuenta noté que, a cierta distancia, había un hombrecito con un instrumento en la mano que parecía algo así como esos pinchos que usan en las plazas para juntar las hojas secas del otoño. No le hice mucho caso.
Llegó la hora, 6.45, de abrir como siempre la puerta de la iglesia –todo da a la misma entrada general- y de las rejas y me dispuse pensando que debía encarar como limpiar semejante estropicio.
Imaginen mi asombro ya que al abrir me encuentro ¡toda nuestra vereda más reluciente que nunca y sin rastro de basura o papel alguno! ¡Qué sucio había estado y qué limpísimo estaba ahora!...
Y me dí cuenta, esta vez sí, que todavía seguía el hombrecito que había visto antes:
-¡Usted nos limpió la vereda!
- Y, ya que estaba aquí…
¡EMOCIONANTE!... Pareció un sueño.
Cuando me acerqué lo reconocí. Cada tanto viene una temporadita a comer con nosotros –el comedor es la tercera puerta que da a esa reja- y después desaparece.
Hoy había reaparecido.
¡Y, ya que estaba aquí!...
1 comentario:
Que hermosa vivencia. Tal vez sea un ángel.
Saludos Santiagueños
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